Ayer se cumplieron 15 años de la que ha sido sin lugar a dudas una de las experiencias más fuertes que hasta ahora he vivido, y que de alguna manera, para bien o para mal, me ha marcado en muchos aspectos en mi personalidad y en mi forma de plantearme las cosas. Con tan sólo 22 años (¡qué jovencito era por aquel entonces!) completé en solitario en 22 días los 737 kilómetros del Camino de Santiago desde Roncesvalles. Las pocas fotos originales que subiré las hice con cámaras de un sólo uso, y como las digitales ni siquiera sabíamos que existiesen, las que aquí os mostraré será a base de "refotos" (foto digital a la foto), así que espero que comprendáis la mala calidad técnica de las mismas.
De cómo acabé embarcado en esa aventura ya algo os he contado alguna vez: de mis años de infancia y adolescencia en Montañeros de Santa María y de juventud en Scouts tenía mucha afición por el senderismo y por viajar. Ya desde chico tenía la inquietud de probar a hacer el camino, compartiré con vosotros cómo lo escribí en el diario que hice en el Camino (mi primer blog, pero en papel y tinta, je, je): "...en una de aquellas inolvidables charlas del Padre Huelin... ...nos habló del Camino de Santiago... ...nos fascinó con la historia de los peregrinos que viajaban siguiendo a las estrellas... ...un cúmulo de estrellas que nos dirigen hacia el ocaso, hacia el lugar donde, parece ser, descansa el apóstol Santiago y en donde por mucho tiempo se creyó que acababa el mundo".
Lo de pasarme de rosca en las salidas me viene de lejos: tanto en el peso de la mochila (¡más de 10 kilos!) como en la distancia de la primera etapa (de Roncesvalles a Pamplona, 43 Km.) Ir tan rápido no me permite disfrutar el paisaje de los bonitos pueblos pirenaicos navarros. Paquete de 2 kilos en Correos para casa (no fue el último, hubo tres más durante los siguientes días), que la rodilla izquierda ya empieza a fastidiarme. La chispa inicial me dura hasta Logroño: llego en 4 días, 137 Km. Pero las molestias en ambas rodillas y un amago de tendinitis en el pie derecho me hacen aflojar el ritmo los siguientes días.
Otro inconveniente del elevado ritmo es que no terminas de cuajar con ningún grupo de peregrinos: vas alcanzando a uno, y al día siguiente los dejas atrás. Lo de pasar muchas horas y kilómetros en soledad tiene la ventaja de que tú mismo te marcas tu ritmo y horarios, además de darte mucho tiempo para reflexionar de lo divino y de lo humano. Pero te pierdes uno de los aspectos más bonitos del camino: la convivencia. La gente está muy receptiva, todo es más sincero y natural, aquí no existen las "caretas" de ciudad.
Sin embargo, el leve frenazo y su buen ritmo me permitieron coincidir bastantes días con Abel, de Leganés, a los que luego se unieron su novia Noelia y su amigo Fiz. Con ellos compartí bastantes días en la zona intermedia del camino, dejamos atrás la siempre verde navarra (Puente la Reina, Estella...) y los valles riojanos (Nájera, Santo Domingo...) para adentrarnos en la larga y monótona pero no menos bella meseta castellana. Muy pocos peregrinos en esa zona y pueblos y ciudades cargados de monumentos e historia: San Juán de Ortega, Burgos, Frómista... Son días donde abundan más los veintipico kilómetros que pasar de treinta. A pesar del cansancio acumulado, el cuerpo se acostumbra a todo, y el milagroso Fastum Gel permite recuperar los músculos muy bien de un día para otro.
Con el paso de los días las molestias remiten y el tiempo apremia: tengo los días muy justos para llegar a Santiago, estar allí 2 ó 3 días de visita y volver a Sevilla para las clases. A mitad de camino, en Sahagún, me veo obligado a tomar la decisión de separarme de Abel, Noelia y Fiz, y continuar para adelante más rápido. Ya no volví a coincidir con ellos hasta Santiago, llegaron el día que yo me fui. Otra etapa maratoniana para llegar a León con 50 Km. en un día, otro par de días de veintipocos kilómetros y prepararme para el arreón final.
La etapa más bonita para mi gusto fue desde Astorga hasta El Acebo, con mucha naturaleza y montaña por el camino (El Rabanal, Foncebadón...). Tras pasar rápidamente por Molinaseca y Ponferrada llego a Villafranca del Bierzo, singular albergue-invernadero regentado por alguien más singular todavía, el Jato. Desde allí ya "huele" a Galicia: la alcanzo tras subir O Cebreiro en plan cronoescalada por miedo a la lluvia. En estos días finales ya no bajo de treinta kilómetros, paso sin pararme a visitar por Portomarín, Sarria, Arzúa... incluso el día antes de llegar me da la neura y trato de llegar del tirón, al final hice 54 kilómetros (Ligonde-Arca de Pino).
Para la última etapa de sólo 19 kilómetros quise hacer algo especial que me dejara un recuerdo profundo: aprovechando que estaba el cielo despejado y que había luna llena, me levanto a las dos de la madrugada. No necesito despertador, llevo todos los días despertándome temprano como si tuviera la mente programada, me acosté con la idea de despertarme a esa hora y así lo hice. Más cansado que nunca, dolorido pero con una fuerza de voluntad interior como sólo en esos días he sentido (ahora cuando compito se acerca bastante, pero no llega a tanto), camino de noche buscando las flechas amarillas, voy a un ritmo muy lento y cada poco rato me tengo que parar a descansar apoyado sobre el bastón. Cuando paso el Monte do Gozo aún de noche y vislumbro las luces de la ciudad, me dejo caer cuesta abajo para llegar más con la inercia que con mis propias piernas.
No quiero extenderme mucho (bueno, en realidad ya lo he hecho) en lo que allí viví, sentí y aprendí. Una de las enseñanzas que saqué es que nuestra fuerza de voluntad nos puede hacer llegar mucho más lejos de lo que nos imaginamos, y hacernos conseguir cosas que nos parecen imposibles. Si me hubiera aplicado el cuento para el deporte mucho antes, mi historial en pruebas completadas y las marcas que hubiera conseguido a esa edad las llevaría ahora conmigo. Pero por aquel entonces el correr sin una pelota de por medio no llamaba mi atención, nadar era un ejercicio que se me daba muy mal y la bici un recuerdo arrinconado de la infancia. Aunque haya sido tantos años después, ahora vuelvo a sentir que la motivación me está llevando a explorar mis límites, y aún no sé donde se encuentran... ¡Ultreia!